Soy Fran Sola
Esta es mi historia
Morí, no sé dónde ni cuándo pero me fui bailando con la muerte y no huyendo de ella. Si, así comienzo a contarte quien soy. Desde la muerte hasta el nacimiento, porque huir o disfrutar del último the last dance puede ser la variable que más me ha interpelado en mi vida. No es que haya sucedido y que esté escribiendo del más allá. Pero siento que así será, haciendo el amor con el final y no resistiendo a lo que al fin todo será.
Tengo la teoría de que sólo aquel que no ha vivido es el que tiene miedo a morir. Y claro, es entendible. No viviste, no empezaste a transitar tu vida y ya te tenés que ir? ¿Tan rápido? ¿Sin disfrutar nada? Ciertamente para aquel que no vive, el paso del tiempo es lisa y llanamente una tragedia.
Pero en cambio para aquel que vive en paz, en sintonía con su coherencia emocional, la muerte, el cierre de etapas, el paso del tiempo, es simplemente un resultado inherente al goce de ser quien uno es. No hay nada de malo en la finitud si esta se vivió dignamente.
Cada vez que pensaba en el paso del tiempo me angustiaba, se me hacía un nudo en la garganta. Esto me pasó desde muy chico. Terminar el año escolar, terminar las vacaciones, terminar etapas, cumpleaños, fiestas, eventos, cambiar de ropa, todo estaba atravesado por la melancolía y la nostalgia.
Películas donde se mostraba el paso del tiempo y la vejez me hacían llorar. Y es que siempre tuve mucho miedo a que todo se acabe, siempre sentí dentro mío que la vida se me estaba escapando.
Creo que fui un impostor, una sombra, una careta andante que deambulaba erráticamente en la búsqueda de ser aceptado. Siempre tuve mucho miedo en ser quien soy. Nunca consideré que, a lo mejor, ya era suficiente siendo como era. La idea de suficiencia nunca me fue enseñada. Y así fui buscando algo o alguien que llenara ese vacío.
No me gustaba estudiar ni la escuela. Siempre tuve que forzar todo. Forzar amistades, forzar estudiar, forzar sonreir, forzar desinterés, forzar todo. Y así fui apagándome, fui generando un personaje, un impostor, una identidad que me protegía pero en verdad me estaba haciendo prisionero.
Fingí ser político, periodista, abogado, creyente, asesor, conductor radial, editorialista, buena onda, frío, calculador, técnico legislativo, buen novio, funcionario, buen amigo, administrativo, fingí ser duro y también buen hijo. Realmente no tenía ni un espacio verdadero.
Por eso la campana que anunciaba el paso del tiempo me angustiaba tanto. Y era porque en verdad… nunca había vivido en sintonía con mi coherencia emocional. Las arenas del tiempo iban cayendo y yo no vivía, simplemente me ocultaba entre tanto miedo.
Una persona que vive en la sombra, en la negación, en la incoherencia emocional tiene de aliado al futuro y a la esperanza. La incoherencia espera del futuro todo lo que no tiene en el Ahora. Piensa que va a ser feliz cuando se enamore, cuando sea millonario, cuando logre un objetivo y así va pateando para el futuro la sensación de suficiencia.
En mi caso siempre creí que la felicidad se escondía en logros como bajar de peso, lograr ascensos y tener poder. Por suerte conseguí todo lo que soné y al llegar al final del arcoiris solo encontraba tristeza, amargura, desolación.
Ahí entendí que si no soy feliz con nada no puedo ser feliz con todo. Ahí entendí que ningún objetivo me iba a dar lo que ya no tengo en este momento.
Y es así que, al haber conseguido todo y no tener nada, al haberme escondido en sombras de incoherencia, pude encontrar el secreto del zen: No hay que hacer nada. La iluminación para el zen sucede en un instante, simplemente no tenés que hacer nada y comprenderás que todo se te fue dado, que ya sos suficiente aquí y ahora.
El zen es el camino sin camino, es la metodología sin metodología, es el pensamiento sin pensar, es el templo sin templo.. El zen enseña a conectar con vos, en ser vos en total honestidad. Por eso, más que enumerar todo lo que hice, todos mis logros, todos mis éxitos y méritos, quisiera contarte que en verdad nada de eso importa porque nada de eso me dio paz.
Solo quisiera contarte que desde hace unos años empecé a enamorarme de mi mismo. A no sentir vergüenza ni sentirme en falta por ser quien soy. Y partir de sentir todos los beneficios que experimenté, empecé a sugerir a los demás que, a lo mejor, la paz no se encuentra en una meta sino dentro tuyo.
Ahora gasto mi tiempo descansando, jugando, riendo, celebrando, también con un poco de ansiedad y tristeza, pero sin negarme. Aceptando las emociones cuando llegan, permitiendo que se expresen para aprender y seguir transitando este misterio hermoso llamado vida.
Tengo la fortuna de vivir de lo que amo. Me levanto sin alarmas, acaricio a mi gato, voy en bicicleta a entrenar, me baño y desayuno. Contesto mails, actualizo mis redes sociales y me pongo a escribir. Atiendo a personas que quieren aprender un poco del zen y disfruto de la tarde durmiendo la siesta, leyendo o dando algún taller que me guste a los que desean estar conmigo.
Desde hace un tiempo ya no me preocupa morir. Ciertamente no quiero que suceda, pero siento que puedo irme en paz. Cada día vivo lo que quiero vivir, a veces hay dolor, a veces hay sonrisas, a veces hay ambas en un mismo día. Pero por encima de las polaridades se siente una leve onda que palpita paz en forma de susurro en cada instante.
Desde hace un tiempo estoy un poquito más en paz conmigo mismo y tengo un mantra que trato de honrar cada día: Ojalá la muerte me encuentre vivo y no viviendo la vida de otra persona.
Bienvenidos a mi página, a mi encuentro. Yo solo soy un difusor de los enormes beneficios que tiene ser quien sos y que tu mayor regalo al mundo es brillar con tu propia coherencia emocional.
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Te mando un abrazo
Fran
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